Tal vez haya tenido razón en su momento, el Sr. Portero de Edificio cuando, tras repetidas veces en que el ascensor quedó trabado en el 8º piso del consorcio donde actualmente funciona mi mínimo consultorio, declaró con fastidio a los presentes (entre los cuales, obviamente, yo no me encontraba): “¡Ufff! ¡La culpa la tiene la psicóloga, que no lo sabe manejar!”.
Tal vez sea necesario, de ahora en más, llevar en el bolsillo del caballero o la cartera de la dama la correspondiente licencia para conducir ascensores. Y quizá sea posible que el portero, tutor o encargado, descubriendo que alguien hace uso o abuso del ascensor sin contar con la habilitación correspondiente, pueda aplicar multas y severas medidas educativas. Si este es el caso, obedeceré la medida sin chistar.
Con todo, mientras espero que algún legislador clarividente elabore un proyecto de ley y que ésta sea aprobada por el honorable Congreso de la Nación, iré tratando de penetrar los arcanos y recónditos misterios de este objeto...
Como todos sabemos, los ascensores pueden dividirse en taxonomías: 1) pequeños; 2) productores de claustrofobia; 3) parlantes; 4) automáticos. En particular, tengo una acuciante duda con respecto a estos últimos.
Por la dificultad que representa para mí referirme a un tema del cual mi desconocimiento es digno del mayor encomio, formularé mi pregunta con un ejemplo.
Supongan que se encuentran en planta baja y desean subir al quinto piso. El ascensor, por su parte, se encuentra detenido en el octavo, firme e inmóvil como el ser parmenídeo, y sin demostrar intención alguna de desplazarse. Supónganse ustedes con la mejor disposición para llamarlo, pero… ¡ay! Para su desmayo (el de ustedes, no del ascensor), se topan con la presencia no de un botón, sino de… ¡dos!
Cada uno de ellos representa una flecha y miran en direcciones opuestas (arriba / abajo; ya que todavía no se ha ideado un ascensor que lleve a izquierda o derecha, y en tal caso, no sería un ascensor, sino un… “levo-dextror“ o algo semejante)…
Es allí donde se encuentran en la encrucijada que me viene atormentando desde hace días y que, en términos psicoanalíticos, expresaría de esta manera:
- Si el ascensor está preparado para responder a la demanda, debo presionar el botón descendente: i.e., “¡ASCENSOR, BAJÁ!”;
- Si, en cambio, el ascensor responde únicamente a las expresiones de deseo, debo presionar la flecha ascendente: “¡ASCENSOR, QUIERO SUBIR!”…
¿Alguno de los miembros de esta lista me podría indicar qué haría ante una situación semejante?
(La pregunta y la problemática son reales. Yo, presa de la duda, suelo presionar uno de los botones, inmediatamente aprieto el otro, por impulsividad... y si se da la situación de que se empiezan a aproximar extraños, para no parecer tan irreductiblemente campesina y pajuerana… me evado rápidamente por las escaleras. Lo cual, en cierto sentido, favorece mi estado físico: pero quisiera estar sana por elección, y no por mera verecundia).
Agradeceré a quien pueda arrojar alguna luz sobre este argumento que, lo sé, no es muy profundo… pero nadie negará que es una problemática de altura…
Gracias de antemano, |